De todos los derechos de la mujer, el más grande es el de ser madre.

Primeras sensaciones

28.11.2013 20:17

Un ventitantos de noviembre, tal como hoy, pero de hace siete años fue engendrada. Fue muy deseado pero a la vez una grata sorpresa. ¡No esperábamos que fuera tan pronto!. Pero pasó. Un 22 de diciembre dimos la gran noticia: ¡Nos ha tocado la lotería! Y así fue, ocho meses más tarde nació lo que se convirtió en el mejor regalo que la vida me había dado hasta la fecha.

Los primeros meses de embarazo fueron un tanto “angustiosos”. El permanente malestar generado en mi cuerpo no me permitía disfrutar de esa supuesta felicidad que se debe irradiar cuando sabes que estás gestando una nueva vida en tu interior. De hecho, no creía que estuviera embarazada, a no ser porque el resultado del test había dado positivo y una visita al ginecólogo lo cercioró. Aparte de las reiteradas arcadas, mañana y tarde, mis hormonas estaban más que revolucionadas. Recuerdo esas navidades encontrarme feliz pero a la vez desconcertada porque no pude disfrutar de esas fechas tan entrañables en “paz y armonía”. Además, tampoco pude saborear los platos tan apetitosos que se suelen degustar durante la Navidad.

Así que pasé gran parte del primer trimestre de mi embarazo en el baño, tanto de mi casa como del trabajo; comiendo lo que podía o lo que me apetecía y atiborrándome de capítulos de la serie, que por aquel entonces era líder en televisión, House.

Como bien dice el refrán, “después de la tempestad viene la calma”,  y un día me levanté ….¡sin naúseas!. No sé si fue algo bueno o malo, porque desde aquel momento se me abrió el apetito de tal manera que cualquier alimento era bienvenido a mi estómago, y me tomé al pie de la letra eso de que “hay que comer por dos”.   

El pro del segundo trimestre era que emocionalmente me encontraba mejor, y la comida ya no era una batalla campal a la que enfrentarme. Pero mi cuerpo empezaba a cambiar: mi cintura a desaparecer; mis pechos a agrandar y mi tripa a crecer. A pesar de que comenzaba a coger peso, me sentía bien. Ya era consciente de que estaba embarazada.  Ya sentía que tenía una personita en mi interior; ya sabía su sexo y que afortunadamente todo estaba bien. Entonces fue cuando empecé a ilusionarme por ser mamá; a comprar cositas de bebés; a preparar su habitación; a leer todo lo que caía en mis manos sobre el embarazo, parto, recién nacidos…, en definitiva a graduarme en un cursillo acelerado que al final poco tenía que ver la teoría con la práctica.

El tercer trimestre fue algo más pesado. Me encontraba más cansada; con bastante más peso; dormía peor…He escuchado en alguna ocasión que el embarazo es el mejor estado en el que se puede encontrar una mujer ya que “te sientes en un estado de bienestar y de plenitud”. Pues no fue mi caso. Me encontraba cada vez con más peso, con menos agilidad y más impotente, pues había cosas sencillas que no podía realizar por mí misma (como quitarme y ponerme unas botas).

Lo que más me gustó y recuerdo con más cariño eran las pataditas que me daba mi nena. Sentía como se movía en mi interior, y eso me hacía sentir más viva. También apreciaba su cabeza justo debajo de mi pecho, pues aún en el último mes de embarazo estuvo de nalgas. Y el hecho de que estuviera en esta posición suponía una cesárea programada.

A decir verdad no me gustó la idea. Creo que toda mujer debería experimentar un parto natural, ya que es algo tan milagroso y que afortunadamente únicamente las mujeres podemos vivir... Pero a veces lo natural no es lo más seguro, y puede peligrar la vida del bebé y de la mamá.

Por lo que después de asesorarme por varios ginecólogos y leer sobre este tema, decidí, como bien marca el protocolo del hospital donde nació mi hija, someterme a una cesárea programada. Y una calurosa mañana de verano nació mi pequeño tesoro.www.youtube.com/watch?v=xO0Xov_nOyU